Al balcón de mi hotel en Beirut llegó este sábado súbitamente un llanto colectivo y gritos de revuelta. Desde allí pude ver cómo la gente miraba estupefacta a sus móviles en medio de la calle y desde las ventanas de las casas. Había llegado la noticia que todos temían. Hassan Nasrallah, histórico líder de Hezbollah, ha muerto. Después de haber pasado una noche en vela entre los miles que tuvieron que abandonar apresuradamente sus casas al sur de Beirut, sin nada más encima que la ropa sobre su cuerpo, la noticia de hoy supone un enorme impacto en una región al borde de la guerra total.
Cuando tembló la tierra en Harek Hreik, al sur de Beirut, ayer, la explosión se escuchó en toda la ciudad. Todavía no sabíamos que era el comienzo de un verdadero terremoto. Bajo los cuatro edificios totalmente destruidos estaba el cuartel general del Hezbollah y de su máximo líder, el secretario general Hassan Nasrallah. En un primer momento, los periodistas que conseguimos llegar allí entramos al perímetro de seguridad establecido por la organización chií pero rápidamente, todos fuimos echados del lugar, incluso los reporteros de medios libaneses y iraníes. Por todas partes había ambulancias, equipos de rescate, bulldozers, soldados libaneses, miembros de Hezbollah. Un caos absoluto que dejaba en el aire la posibilidad de que algo grave estaba pasando. En seguida, el rumor de que había muerto Nasrallah fue ganando fuerza en las redes sociales y en los medios israelíes.
El ataque de “precisión” lanzado por Israel habrá matado por lo menos 300 personas en el corazón de una zona altamente poblada. Durante toda la madrugada, la aviación militar israelí continuó masacrando a los suburbios de la capital libanesa, hasta el colmo de avisar en ciertos sectores de la ciudad de que deberían abandonar sus casas a las tres de la madrugada. Un avión civil de pasajeros aterrizaba en Beirut volando sobre las explosiones: un retrato del absurdo.
La tensión en la ciudad es palpable. Tanto los seguidores de Hezbollah y sus aliados como sus opositores no saben qué esperar. Es una situación impredecible y sin precedentes en las últimas décadas, e Irán ha anunciado que este ataque representa un cambio en el juego. Sin explicar lo que va a significar concretamente estas declaraciones, es un hecho que las respuestas a los sucesivos ataques de Israel fueron muy contenidos, incluso tras el atentado terrorista en masa perpetrado por Israel a través de buscapersonas y walkie talkies con explosivos hace diez días.
Queda por explicar el grado de implicación de Estados Unidos, que en la mañana del viernes hablaba de acuerdos de paz en Naciones Unidas y en la tarde estaba escuchando de primera mano que Israel iba a asesinar a Nasrallah. La verdad es que el líder de Hezbollah murió bajo bombas norteamericanas lanzadas por aviones fabricados en ese mismo país.
Es mediodía del sábado en Beirut y continúan los ataques de aviación israelíes contra los suburbios donde viven centenares de miles de personas. E la espera de la reacción de Hezbolla, el Líbano permanece en suspenso.
Por las calles, balcones, playas, garajes y terrazas, crece el número de desplazados por los bombardeos tanto en el sur de la capital, como en el Bekaá y en los suburbios chiíes de Beirut. Hay familias enteras durmiendo en medio de rotondas, sobre las rocas del Mediterráneo y en furgonetas. La primera víctima de una guerra no es la verdad, son siempre los civiles. Y la verdad sigue ahí, aunque no la quieran contar. Si el tiempo que viene huele a barbarie es porque algunos estuvieron demasiado tiempo ocupados tapando la nariz. Y aquí, aunque huele a mar, no hay una generación que no conozca la guerra.